Hace un par de semanas puse rumbo a Portugal. Paulo y Carmen de Casas do Coro me habían invitado más veces de las que es correcto rechazar, así que atravesando la meseta y dejando atrás Ciudad Rodrigo entramos en Portugal. Uno no se explica cómo dos países “hermanos” y tan semejantes pueden vivir tan de espaldas el uno al otro. Marialvas era nuestro destino. Atravesar este pueblo es realmente un viaje al pasado, totalmente conservado en piedra, hasta las calles pavimentadas con adoquines de granito irregular son un tesoro. El pueblo está coronado por una pequeña ciudadela amurallada en ruinas que rebosa sentimentalismo.
Con estos prolegómenos Casas do Coro no podía quedarse atrás. Y no defrauda, no. Más bien supera las expectativas de los atribulados cosmopolitas que recalan entre los muros de piedra de las casitas que conforman el hotel. Las suites son soberbias, las habitaciones familiares de estilo nórdico una delicia para viajar con los más pequeños. Aquí todos tienen su espacio pensado a conciencia. Multitud de detalles denotan que Paulo y Carmen se han proyectado hasta lo más profundo de su alma en este proyecto. Y el huésped lo percibe. ¡Vaya qué si lo percibe! Una botella de oporto y chocolate negro nos dan la bienvenida en la alcoba y como la tarde de primavera está desapacible nos encienden la chimenea de la habitación. ¿Se puede ser más feliz que leyendo al maravilloso Stefan Zweig en una chaise longue aterciopelada mientras se degusta un buen oporto al calor de la lumbre? Yo, desde luego, no le pido más a la vida que poder disfrutar muchas veces de estos pequeños momentos acompañada de los que bien me quieren.
Un buen baño reparador es la perfecta antesala para lo que acontece al caer el sol. Es en ese momechainto, y a la luz de las velas, cuando la magia de este lugar alcanza su clímax. A esa hora el comedor exhibe una puesta en escena de las mejores que he presenciado. Rumores de fado. Decenas de velas iluminan suavemente unas mesas vestidas con esmero: manteles de hilo, cubertería de plata y decantadores de formas imposibles auguran una cena casera, elaborada y honesta. Muy honesta. Carmen prepara un menú único a la portuguesa. Abundantes raciones y mejores materias primas (muchas de ellas provistas por los aldeanos del lugar).
Pero la magia no ha hecho más que empezar. Al día siguiente nos espera el Duero, noble, majestuoso, impertérrito. Samuel nos acompaña en una excursión fluvial muy especial: una hora de navegación en una pequeña y cuidada embarcación del hotel, aperitivo en una playa fluvial (oporto ¿cómo no?, almendras e higos secos con una presentación inmejorable). Luego comida en un restaurante seleccionado con acierto y de vuelta otra hora de navegación acurrucados bajo las mantas que ¡sorpresa! han preparado amorosamente para los huéspedes.
Despedirse de Casas do Coro es no quererse ir nunca. ¡Qué desayuno! Pan de hogaza amasado a mano se hornea en su cocina al tiempo que maceran las frutas de sus mermeladas caseras de fresa, jengibre, pera, cereza o mora. Dulces artesanos y delicados se alinean en el aparador. Té de primera, bombones y frutas frescas. Los embutidos son ibéricos y es que estamos tan cerca de Guijuelo…
Y finalmente uno piensa que es imposible no volver a enamorarse de la vida en Casas do Coro.
Si quiere conocer más sobre el hotel Casas do Coro visita la web de Rusticae.