Medianoche en Mas Roselló

Habíamos cenado copiosamente en el Kubansky, un clásico de Calonge, eso siempre acrecienta la posibilidad de que Sonia experimente otro episodio de sonambulismo. No os preocupéis, desde que viajo con ella me he ido acostumbrando, qué remedio. Lo suyo hubiera sido pasear un rato frente al mar antes de meternos en la cama, pero estábamos cansados y la cómoda habitación del cercano hotel boutique Mas Roselló, era ya un reclamo tan difícil de ignorar que decidimos también pasar por alto sus 5 hectáreas de tilos, eucaliptos y árboles frutales.

Casa rural Mas Roselló

La joven poetisa se había pasado toda la velada humillándome con sus vastos conocimientos literarios sobre esta bella zona de l’Empordà.
– ¿Sabías que Robert Ruark vivió aquí a lo grande en los años cincuenta y sesenta? Compró casa en mitad de un bosque de pinos sobre el mar y la decoró con sus trofeos de caza, cabezas de tigres, búfalos, patas de elefantes, un auténtico personaje. Murió de cirrosis, claro, quiso que lo enterraran en el cementerio vecino de Palamós.
Cual tiburón al olor de la sangre, Sonia notó inmediatamente mis escasos conocimientos sobre el escritor estadounidense. Entró a degüello.

Robert Ruark

Robert Ruark

– ¿“Something of Value“? ¿No te suena? ¿Libros sobre Kenia y Tanzania? ¿Safaris? Vamos, haz un esfuerzo, que también escribía artículos en Playboy.
– No todos pudimos permitirnos el lujo de estudiar filología inglesa, algunos tenemos que trabajar para vivir – intento que se sienta culpable, lo de la revista erótica ha sido un golpe bajo -.
– Bueno – se apiada por fin de este humilde escritor de blogs – Ruark fue el clásico prototipo varonil de la época, estilo Hemingway, mucho alcohol, también mujeres. Se corría grandes juergas por toda la Costa Brava, con otros famosos como Ava Gardner, John Wayne o los Duques de Windsor.
Fue tumbarnos sobre el mullido colchón de nuestra suite La Maduixa y quedarnos profundamente dormidos, sin prestar atención a los grillos que alborotaban en el jardín. Un ruido metálico, sin embargo, me sobresaltó justo a tiempo de ver como Sonia abandonaba nuestra habitación por la terraza, enfundada en un leve vestido blanco de lino, todo transparencias.
Me visto tan rápido como puedo tratando de seguirla, solo para observarla subir resuelta a un Rolls Royce descapotable espectacular, modelo vintage. Se acomoda al lado del conductor, un tipo engominado con bigote que la trata con demasiada familiaridad. Hay otra pareja besándose en el asiento de atrás. El hombre, alto y fornido, me resulta familiar, ella es una morena rompedora que vuelve la cabeza mientras voy hacia mi coche. Salen a toda velocidad, quemando neumáticos y riendo a carcajadas.
Consigo avistarlos a la entrada de Palamós, donde bajan por el Paseo Marítimo hasta parar frente al tradicional Hotel Trias. Dejan el Rolls despreocupadamente frente a la puerta del deck exterior cuyo nombre, “La Corniche del Trias”, destaca en los toldos azul marino a juego con las persianas del edificio principal y la tapicería de los inmensos butacones de ratán.
La fiesta está en su apogeo, los camareros no dan abasto con la bebida. Calculo que habrá unos doscientos invitados sedientos, todos vestidos de blanco, como resultan ser mi camiseta y los tejanos que me embutí apresuradamente. Tengo paso franco, según los porteros es el color elegido esta noche para la celebración de Mr. Capote.

Truman Capote

Truman Capote

– ¿Capote? ¿Truman Capote? – pregunto a los porteros -.
– Sí, el escritor, apareció un día con 25 maletas, un bulldog viejo, un caniche ciego y la gata siamesa. Ahora, se aloja siempre en el hotel con su novio, Jack Dunphy, pasan con nosotros veranos de 6 meses. Aunque piensa comprar casa propia, seguro que seguirá viniendo a recoger diariamente su correspondencia y leer la prensa internacional, como hace Mr. Ruark. ¿Viene usted con él?
– La chica que acaba de entrar a su lado es mi pareja – afirmo ante la mirada compasiva de la recepcionista, una expresión que grita en silencio “ya puedes olvidarte de ella” -.
Capote hace su entrada triunfal ataviado con un elegante pijama de seda y sombrero de ala ancha, ovacionado por todos los invitados. Aprovecho la distracción para hacerme con una copa de champán al vuelo. Es precisamente cuando el anfitrión se acerca al grupo en el que se encuentra Sonia, que me armo de valor para ir en su búsqueda, ya está colgada del cuello de Ruark. ¿Por qué no me sorprende constatar que quienes se encuentran a su lado son John Wayne y Ava Gardner, la morena rompedora que sigue fijándose en mí?
– Tengo casi terminada mi novela “A sangre fría”. De momento, he escrito un final provisional, estoy pendiente de que se cumpla la ejecución para entregarla – Capote pretende hablarles a todos, pero en realidad solo tiene ojos para el otro escritor -.
– A mí – responde éste – las críticas al movimiento Mau Mau me han costado caras, esos asesinos han logrado que me declaren persona non grata en Kenia tras la independencia.


Jack Dunphy llega para alejar a su novio del peligro, mientras Ruark se lleva a la mía hacia el mismo, la entrada del edificio principal. Cuando trato de reaccionar, Ava me retiene, provocando el enfado de su acompañante. Ya no sé si debo pelear por mi pareja con un cazador implacable o batirme en duelo con John Wayne. Afortunadamente, Marilyn Monroe entra en escena para llevarse al eterno cowboy, dejándome campo libre.
Al día siguiente, paseando con Sonia, ninguno parece querer recordar detalles de la noche anterior. Luce el sol frente a la playa de Sant Antoni de Calonge, la misma que bombardeó Barbarroja a discreción quinientos años atrás: «No hubo corazón de cristiano que no llorara gotas de sangre». Ajenos a dichas desgracias de antaño, paramos a tomar vermut casero de barrica en el Vilardell, otro clásico desde 1865, a la espera de poder disfrutar del paseo en velero que nos ha organizado Mas Roselló.
La sonrisa de Sonia me da pie para intentar poner en palabras la
belleza del entorno, el encanto del momento.
– Este lugar es mágico.
Entonces veo llegar a lo lejos un Rolls Royce blanco…..

 

Rusticae

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Author: Rusticae

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