– ¿De qué te ríes, Sonia?
– Turolense, difícil orografía, meandro, manido, ¿hace falta que continúe?
La joven poetisa que me acompaña en el coche, está comentando con humor un artículo sobre Albarracín, el pueblo hacia el que creo dirigirme después de tanta curva por los Montes Universales. Le sigo la broma:
- Lo de manido, debe ser por la expresión: “uno de los pueblos más bonitos de España”.
- Efectivamente, el que escribe tiene el mismo estilo que tú. Se alarga con la raíz bereber al-Banu Razin, antiguo linaje de esta taifa rabiosamente independiente…enclavada a 1.171 m de altura. Bueno, ¿en qué hotel nos quedamos?
- La Casa del Tío Americano, el único que es Rusticae.
- ¿Y ese nombre?
- La casa perteneció a un indiano, Ramón Giménez, de los que volvieron con una inmensa fortuna.
- Negrero, seguro.
- Sonia, pórtate bien esta vez, los dueños del hotel son dos hermanos muy agradables, que se desviven por atender a sus clientes. Mari Ángeles es encantadora.
Aparcar es materia delicada en esta ciudad medieval, emplazada en lo alto de una colina, rodeada y protegida por un profundo tajo natural sobre el río Guadalaviar, cuya circunvalación se completa con imponentes murallas. Para evitar padecer una larga cuesta empinada, cargado con el equipaje, Mari Ángeles me recomendó dejar el coche en el parking situado detrás del Castillo, en la calle del Carmen.
- ¿Sabes bien dónde tenemos que ir? – noto escepticismo en su voz -.
- Albarracín es enrevesado, Sonia, cuando buscas un sitio concreto, no hay santa manera de encontrarlo, pero si vas paseando al azar, te lo tropiezas varias veces.
En cuanto entramos en el encantador hotel boutique de sólo 6 habitaciones, mi novia sabe que ha encontrado el rincón ideal para inspirarse, recorre ilusionada los ambientes comunes y se hace demasiado amiga de la propietaria. Nos ofrecen todo tipo de gratuidades y descuentos para recorridos guiados, copas en su otro local llamado “El Molino del Gato”, cada vez me gusta más esta Casa.

Rusticae Casa del Tío Americano
Mientras ella confraterniza, opto por darme una ducha rápida.
Por si acaso, me mantengo en el centro de la habitación, aquí llevan siglos ganando espacio donde no lo hay, a base de extender la viga de madera y hacer volar un palmo cada planta superior. Me comentaba ayer un arquitecto japonés, que según sus cálculos técnicos alguno de estos emblemáticos edificios de yeso rojo no debería siquiera tenerse en pie. Y si fuera por la opinión experta de los ingenieros aeronáuticos, ese abejorro que me está incomodando no debería ser capaz de volar, voy a cerrar la ventana.
Al salir del moderno baño, cuidadosamente reformado, descubro que las musas se han plasmado en forma de nota sobre la cama, una breve poesía que Sonia ha titulado “Amor”:
“¿Son sólo sueños para luego llorar?
¿Esas cosas que se sienten sin hablar,
que se hacen sin pensar?
¿O es algo más?”
La tengo muerta. Su posdata, sin embargo, es más prosaica: “te espero en la terraza del salón tomando gin-tonic, la vista es impresionante”.
Cuando aparezco, una chispa en sus ojos me advierte de que el combinado está haciendo efecto:
- ¿Quieres una almojábana de Albarracín?
Lo propone presentándome una pequeña bandeja llena de dulces, convencida de que me ha pillado. Ni por asomo voy a confirmar mi absoluto desconocimiento sobre esa repostería de origen árabe, en cuanto se descuide lo busco por el móvil.
- Prefiero jamón de Teruel. Ya veo que no querrás cenar en La Hospedería de Batán, estrella Michelin, queda a unos 10 km de aquí.
- ¿Por qué no hemos dormido ahí?
- No es Rusticae – afirmo con cierta afectación -. Están reformando, quizá cuando terminen las obras cumpla con los estrictos criterios de selección.
Sonia responde impostando la voz, no sé si me imita a mí o a las directoras del Club:
- No es Rusticae – repite, burlona -. Prefiero ir al Molino del Gato, tenemos descuentos y copas gratis, parece que hay mucho ambiente por la noche.
- La visita guiada, la hacemos, ¿verdad?
- Sí, este lugar es maravilloso – concede, extendiendo su brazo sobre el inolvidable escenario que se muestra a nuestros pies -.
- Salen de la Plaza Mayor, ¡vamos!
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un tour turístico, un paseo tranquilo en el cual no dejamos de ver los lugares más emblemáticos (Casa Julianeta, catedral, muralla urbana, calle Azagra, mirador, Portal del Agua, etc…), pero lo que me impacta es la casa de propiedad exclusiva de la agencia, completamente decorada como antaño, desde los establos en los bajos hasta la zona noble, pasando por las áreas de servicio.

Casa Julianeta
Cogemos el coche para ir a El Molino del Gato, pensando en escapar del siempre penoso regreso cuesta arriba. El restaurante se encuentra al pie de la colina, en el antiguo Molino del Puente (siglo XVI), frente a la Oficina de Turismo. Además, tiene un estacionamiento público justo enfrente. Muy bien restaurado, podemos ver y pisar restos de la antigua construcción, bajo gruesos cristales y debidamente iluminados.
Disfrutamos de los tradicionales embutidos aragoneses, la tabla serrana de queso de oveja con diferentes grados de maduración, quesos al vino, algunos especiados a base de romero, me encapricho con el taqueado en aceite de oliva y láminas de trufa negra. Podemos confirmar la reivindicación popular: Teruel existe. ¡Qué ambientazo! Se me van los ojos detrás de todo lo que se mueve, hago alardes de simpatía hacia las mesas vecinas, mientras me acaricio la melena entrecana usando ese gesto infalible que ya conocéis. Noto que Sonia se está picando, ojo porque las llaves del coche están en su bolso, es una joven temperamental, bohemia, propensa a reacciones intempestivas. Mejor me refresco un poco en el baño y la mimo al salir.
No la veo, ¿se ha marchado? Hay una nota sobre la mesa, seguro que me ha dedicado otra poesía romántica:
“A las 12, habrá fiestita en la habitación, si estás tú será contigo”.
Solo faltan 20 minutos.
- ¡La cuenta!
Aunque su frase es muy manida, parto presto desde la curva del meandro dispuesto a enfrentar la difícil orografía de este pueblo turolense, posiblemente uno de los más bonitos de España.
P.S.: las almojábanas son una bomba suculenta, confeccionadas a base de harina, aceite, azúcar, huevos y anises machacados. Pueden ser simples o rellenas de crema, chocolate o mermelada. También hay quien las baña en almíbar o las emborracha con vino moscatel.
Rusticae